Y de nuevo llegó a casa pareciendo un
desconocido. Maldita adicción que le volvía loco y le hacía creer un superhéroe
olvidado y abandonado. ¿Algún momento llegó a formar parte de mi vida? No, y es
ahora, después de tanto tiempo, cuando me doy cuenta. Fui tan sólo yo la que se
implicó en crecer en el supuesto amor que nos envolvía de felicidad. Pero para
nada era así. Yo me quedé estancada en mi inocencia y en mis ganas de creer y él,
en cambio, caía, caía y caía como una piedra hacia lo más profundo del océano.
Me sentí cruel pero, después de verle morir en todas sus supuestas buenas intenciones y verle caer hasta la arena de aquel profundo océano solté el aire que siempre había estado conteniendo por el miedo a no tener la
vida que había deseado. Sí, respiré de alivio al ver que la única
oscuridad que inundaba mi vida se marchaba y parecía no tener ninguna fuerza más por resistir. Pero no duró por mucho tiempo,
porque después de tantos años encerrada en esa cárcel de vómitos, gritos y
pesadillas por el posible dolor mental, empezó mi viaje hacia lo más oscuro,
hacia lo que la gente llama locura y libertad. Empezó mi liberación hacia el
mundo de las drogas, del sexo y de la incertidumbre por no saber cuando parar
de escribir y de imaginar.




0 comentarios:
Publicar un comentario